Para una mujer que es todas las mujeres


Por Paulo Coelho

Una semana después de que terminara la Feria del Libro de Frankfurt de 2003 recibo una llamada por teléfono de mi editor de Noruega: Los organizadores del concierto que se celebrará con motivo de la concesión del premio Nobel de la Paz a la iraní Shirin Ebadi me piden que escriba un texto para el acto.

Es un honor que no debo rechazar, ya que Shirin Ebadi es un mito: una mujer de 1,50 metros de alta, pero con la estatura suficiente para hacer oír su voz en defensa de los derechos humanos en los cuatro confines del mundo. Al mismo tiempo, es una responsabilidad que me da un poco de miedo: el acto será retransmitido en ciento diez países y yo tengo sólo dos minutos para hablar sobre alguien que ha dedicado toda su vida al prójimo. Camino por los bosques cercanos al molino en el que vivo, cuando estoy en Europa, y pienso varias veces en telefonear para decir que no tengo inspiración. Ahora bien, lo más interesante en la vida son los desafíos que afrontamos y acabo aceptando la invitación.

Viajo a Oslo el 9 de diciembre y el día siguiente – un hermoso día de sol – estoy en la platea en la ceremonia de entrega del premio. Las amplias ventanas del Ayuntamiento permiten ver el  puerto, donde más o menos por las mismas fechas, veintiún años atrás, estaba yo sentado con mi mujer, contemplando el mar helado y comiendo camarones que acababan de llegar en los barcos pesqueros. Pienso en el largo recorrido que me llevó de aquel puerto hasta aquella sala, pero los recuerdos del pasado quedan interrumpidos por el sonido de trompetas: la entrada de la reina y de la familia real. El comité organizador entrega el premio y Shirin Ebadi pronuncia un discurso vehemente en el que denuncia el uso del terror como justificación para la creación de un Estado policial en el mundo.

Por la noche, en el concierto en homenaje a la premiada, Catherine Zeta-Jones anuncia mi texto. En ese momento, pulso una tecla de mi teléfono móvil, suena la llamada en el viejo molino (todo estaba ya preparado previamente) y mi mujer pasa a estar allí conmigo, escuchando la voz de Michael Douglas, mientras lee mis palabras.

Reproduzco a continuación el texto que escribí, y que es aplicable –creo yo- a todos cuantos luchan por un mundo mejor:

Dijo el poeta Rumi: la vida es como si un rey enviara a alguien a un país para cumplir determinada tarea. La persona va y hace un centenar de cosas… pero, si no hace lo que se le pidió, es como si no hubiera hecho absolutamente nada.

Para la mujer que entiende su tarea.

Para la mujer

Que miró el camino delante de sus ojos y entendió que su caminar iba a ser muy difícil.

Para la mujer

Que no intentó minimizar esas dificultades: al contrario, las denunció e hizo que resultaran visibles.

Para la mujer

Que mitigó la soledad de los que están solos, que alimentó a los que tenían hambre y sed de justicia, que hizo al opresor sentirse tan mal como el oprimido.

Para la mujer

Que siempre mantiene sus puertas abiertas, sus manos trabajando, sus pies en movimiento.

Para la mujer que personifica los versos de otro poeta persa, Hafez, cuando dice: ni siquiera siete mil años de alegría pueden justificar siete días de represión.

Para la mujer que está aquí esta noche:

que sea cada uno de nosotros,

que su ejemplo se multiplique

que aún tenga muchos días difíciles por delante para que pueda contemplar su labor. Así, para las próximas generaciones el significado de la injusticia se encontrará sólo en las definiciones de los diccionarios y jamás en la vida de seres humanos.

Que su caminar sea lento,

porque su ritmo es el ritmo del cambio

y el cambio, el cambio verdadero, siempre tarda mucho en suceder.

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